El nº123 de la Revista Sudestada ha publicado un dossier
sobre el cine de Corea del Norte escrito por Antonio Fernández Munárriz. La
revista se vende en quioscos y librerías de Argentina y Uruguay, además de
pedidos por correo. A continuación una introducción de lo publicado en la
revista sobre el cine de Corea del Norte (no se puede leer por internet el
dossier completo):
A continuación, la copia de la parte del dossier que se puede
leer por internet:
Corea del Norte
en la pantalla grande
El cine que no miramos
Por: Antonio Fernández Munárriz.
Los argentinos, al igual que cualquier otro ciudadano
de cualquier parte del mundo, conocen la historia y la sociedad de Corea de un
modo superficial y adulterada por la única versión que les llega: la brindada
por Estados Unidos. Una visión llena de prejuicios, motivados por informaciones
donde se mezclan la verdad con la mentira o con noticias abiertamente
ofensivas. Por eso, vale la pena detenerse para conocer un cine auténtico y
original.
Durante los años cincuenta, Corea del Norte comenzó su
andadura entre escombros. Un país por construir en el que el cine iba a tener
un papel primordial para cimentar la identidad nacional tan duramente atacada
por los japoneses con su colonialismo y por los americanos después, con la
destrucción material del país. El líder de la República Democrática Popular de
Corea (RDPC), Kim Il Sung, proclamó, como Lenin, que el cine era la principal
de todas las artes, y por esa razón se convirtió en el medio abanderado de la
concienciación nacional coreana.
Como referente de esos comienzos de época, se destaca
la vida del actor Hwang Chol, un artista con una carrera marcada por la guerra
y sus consecuencias. En 1948 cruzó la frontera entre las dos Coreas y se
instaló en el norte de la península invitado por el líder del país. Fue soldado
en la guerra y perdió una mano. Actor de teatro y de cine, maestro de actores;
ostentó cargos políticos en educación y cultura en la RDPC. Una vida, como el
resto de sus compatriotas, marcada por la brutal guerra.
Así, el cine iba a ser el altavoz de la conciencia
nacional, un modo de rescatar la historia arrebatada durante tantos años al
pueblo coreano. No iba a ser sólo entretenimiento, sino que iba a mostrar una
sociedad nueva y en construcción: la sociedad socialista.
Corea, con ojos de Hollywood
En el cine norteamericano hay una película sobre la
guerra de Corea, al estilo de las realizadas como propaganda durante la II
Guerra Mundial: Los Puentes de Toko-Ri (1954). Hasta el cómico Jerry
Lewis ambientó una de sus películas en la guerra de Corea: Tú, Kimi y yo
(1958). La popular serie MASH se adaptó a esa misma guerra para no tocar
la del momento, que era la de Vietnam. Pero en esos tiempos de crecimiento
económico de la posguerra mundial, cuando Estados Unidos se había convertido en
una potencia, la guerra perdida de Corea pronto fue olvidada. Luego, la
sociedad fue cambiando y cuando llegó la de Vietnam, todo fue muy diferente. La
de Corea es, entonces, la guerra olvidada para los norteamericanos casi desde
su final. En occidente sólo queda para el recuerdo el cuadro de Picasso La
masacre en Corea (1951). Inspirado en el cuadro de Goya Los
fusilamientos del 3 de Mayo (1814), Picasso recreó y denunció la masacre de
civiles en Shinchun por parte del ejército norteamericano. Hasta 1990 su
visionado y cualquier reproducción del cuadro estuvo prohibido en Corea del
Sur, en un intento por ocultar a los coreanos los horrores cometidos por su
aliado. Pero la operación de propaganda clave en esta guerra -y que todavía nos
inunda a través de carteles y todo tipo de objetos- es la visita de la actriz
Marilyn Monroe a las tropas norteamericanas en Corea. Estando de luna de miel
en Japón con el popular beisbolista Joe DiMaggio, se trasladó a Corea, donde
realizó diez actuaciones ante las tropas norteamericanas. Era 1954 y la guerra
ya había terminado. El cine es un medio muy eficaz para la difusión de
propaganda. Desde Estados Unidos y Corea del Sur lanzan arengas llamando
despectivamente como “propaganda” a toda la producción audiovisual norcoreana,
cuando esos mismos países lo que siempre han realizado es “propaganda” en el
peor sentido de esta palabra. El espectador, ante la imposibilidad de
contrastar la información que percibe, recibe pasivamente los mensajes
envueltos en historias de ficción o no; que actúan directamente sobre sus
emociones, valores, inquietudes o temores. Y que además funciona como una
llamada al patriotismo.
(La nota completa en Sudestada n° 123, octubre de
2013)